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HUESCA
El Ventiuno
+Ricardo Vicente
Tachenko son felices tocando. Se lo pasan bien. No hay impostura para la galería, ni afección simulada de tercera regional. No buscan la trascendencia de manual. Lo suyo es el pop, que no es poco. El público lo agradece. El público de Tachenko es fiel. Capaz de cantar las letras y saltar cuando reconocen uno de sus himnos preferidos. Afganistán, Tírame a un volcán, La resistencia o Dame una pista. Cualquier grupo empeñaría el mejor de sus estribillos por una parroquia tan leal.
Ríen, hacen bromas, sudan, se divierten. Y van desgranando un repertorio al que algunos críticos suelen ponerle adjetivos en diminutivo o algún pero por la pureza de su propuesta. Con el pop pasa como con la comedia. Hay gente a la que le cuesta tomárselo en serio.
La música de Tachenko tiene algo de Los Pasos y mucho de Los Ángeles. Parte de los primeros Secretos. Hay momentos de Mamá e incluso de Malconsejo. También de The Kinks o Camper Van Beethoven. Y en ocasiones (pocas, muy pocas, pero haberlas haylas) de Yo la Tengo. De hecho, si alguien distraído entrara al final de un concierto seguramente hubiera alzado el cuello para ver quienes eran aquellos émulos de Ira Kaplan.
Su último álbum hasta la fecha es El amor y las mayorías (Limbo Starr, 2012), donde (siempre con la clase habitual) han sabido filtrar la realidad sociopolítica desde una visión absolutamente única. A finales de año publicaron el EP La fuerza sexy donde extienden el legado de El amor y las mayorías, además de versionarse a sí mismos y a otros. Perlas de pop de guitarras luminoso con la banda zaragozana explicando el amor en términos de política, artes marciales o economía.